domingo, 9 de diciembre de 2007

VENCIENDO LO MALO

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Romanos 12:17”

Cuando aun era muy chico, mi padre nos abandonó y se marchó lejos de casa, para irse a vivir con otra mujer en la ciudad.
Quedamos completamente desamparados, sin casa y sumergidos en la miseria, con trozos de madera hicimos una choza la cual tapamos con cartones y latas viejas para cubrirnos de las inclemencias del tiempo.
Mi padre sin embargo vivía en una de las mejores casas de la ciudad, tenía muchas propiedades, pues era un acaudalado cafetalero de la zona, dueño de muchas tierras y animales.
Todos los domingos, yo llegaba hasta su casa para rogarle que me diera un poco de ayuda, para poder comer y me daba tan poco que en los días de la semana, comíamos tres y aguantábamos hambre cuatro.
Uno de aquellos domingos me aparecí más temprano que nunca en su casa, y lo encontré reunido con sus amigos y uno de ellos al mirarme le dijo:-Mira allí esta tu hijo.
Y él pensando que yo no le escuchaba contestó:

_Ese mugroso me lo han arrimado a mí, pero no estoy seguro que sea mi hijo, pues su madre es una ramera.

Mis ojos se nublaron de llanto, y en ese momento quería irme lejos a donde nadie me viera llorar. Pero era tanta la necesidad que me llevaba hasta su casa, que me atornillé las lágrimas y esperé a que me diera la limosna que con tanto pesar me daba.
A veces para no humillarme tanto, buscaba hojas silvestres en el campo para comerlas, para evitar así las humillaciones que me hacía pasar frente a sus amigos y su nueva familia.
Pero hubo un tiempo en que la miseria azotó con fuerza nuestra casa, y pasamos muchos días sin poder comer algo sustantivo.
Llegué a casa de mi padre y lo encontré junto a la mesa dándose tremendo banquete con toda su gente, yo me senté a unos metros de la mesa con un nudo en mi estomago, y como un perro hambriento lo miraba esperando que me diera lo que le sobrara, pero no me ofreció nada, y cuando hubo terminado, recogieron las sobras en un recipiente para dárselas al perro de la casa.

_Papá, yo tengo hambre ¿Puede darme algo de comer? lo que a usted le sobre, lo que ya no quiera –le supliqué.

Tomó el recipiente del perro con todo las sobras y me las dio, me dolió tanto aquella acción que mientras extendía mis desnutridas y morenas manos para tomarlas, las lagrimas se derramaron por mis mejillas y con el llanto en los ojos me comí aquellas sobras; y les digo que tanta era mi necesidad que esa fue la comida mas deliciosa que he comido en toda mi vida.
Nunca me dio un regalo, jamás tuve un juguete y se avergonzó de mi todo el tiempo, quizás para eludir la responsabilidad, o quizás avergonzado por los harapos con los que yo vestía todo el tiempo.
Pero las cosas no terminaron aquí; cuando uno de mis hermanos enfermó de gravedad y llegue a él para pedirle ayuda y me dijo:

_Si quieres salvar a tu hermano, ve y vende periódicos por las calles del pueblo, así sabrás lo que cuesta el dinero.

Regresé a casa muy triste y cuando entré, mi hermanito acababa de morir, aun estaba su cuerpecito caliente y yo que nunca había escuchado de Dios, pero sabía de su existencia, salí de la casa y me arrodille sobre las piedras clamando por Alexander, pero él ya nunca despertó, y por más que le hablé… no me contestó.

_Ya no llore mijo, que su hermanito esta allá arriba con Jesús –me dijo mi madre secándome las lágrimas.

Al día siguiente lo sepultamos en el cementerio del pueblo y mi padre no se apareció.
Un espíritu de odio se apoderó de mí desde ese instante, y a pesar que era un niño; prometí ante la tumba de mi hermano que crecería para matar a mi padre, y que le haría pagar todo lo que nos había hecho.
Me convertí en un hombre violento, lleno de rencores y resentimientos.
Tanto odio guardaba que nunca encontraba tranquilidad en mi vida.
Tuve que aprender a defenderme solo, y a tomar decisiones a mi corta edad, pero eso me hizo mas fuerte, y me prometí que un día yo llegaría mas lejos que él, pero que nunca sería igual.
Salí de la miseria y tuve un trabajo muy digno en una gran empresa, tuve muchas comodidades, y me convertí en padre de una linda bebé a la que amo con todas mis fuerzas. Todos los errores y maltratos de mi padre me sirvieron para hacer las cosas bien.
Pero aun recordaba el daño que me hizo, y eso me reprimía a veces el alma.
Hasta que un día cuando aun era adolescente conocí a Jesús, y le entregué mi corazón para que lo limpiara de todos esos rencores y venganzas, y así lo hizo.
Yo estaba preso en todo lo malo que guardaba en mi alma, hasta que Dios me liberó, y me quitó todas esas cargas que me hacían más daño a mí que a los demás.

_No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sí no dejad lugar a la ira de Dios; por que escrito está: Mía es la venganza y yo pagaré dice el señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre dale de comer; si tuviere sed dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonas sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, si no vence con el bien el mal. Romanos 12:19-21.

Mi padre murió cuando yo aun era muy joven, y sentí mucha tristeza por que en mi corazón ya no había ningún resentimiento contra él, y les aseguro que si el estuviese vivo, haría cualquier cosa para ayudarle, y hacerle pasar los últimos mejores días de su vida.
Cuando se guardan rencores nos enfermamos el alma.
Rick Warren dice en su libro, “Una Vida con Propósito”, que no debemos ser prisioneros del pasado.

Cuando las personas se aferran al resentimiento; las heridas nunca sanan, por que ese dolor lo repiten una y otra vez en sus mentes.
El resentimiento siempre nos hace mas daño a nosotros que a la persona con la que estamos resentidos.
Pero si creemos en el amor de Dios entenderemos estas situaciones.

Tenemos por ejemplo a José hijo de Jacob y Raquel, quien fue vendido como esclavo por sus propios hermanos; pero él nunca apartó sus ojos de Dios, y de esclavo llegó a mayordomo y prosperó de gran manera.
Y cuando azotó la miseria y no había comida en aquel lugar donde quedaron sus padres; dice la Biblia que los hermanos llegaron hasta donde estaba él ignorando su existencia, y le pidieron de comer, y les ayudó en todo lo que necesitaban, y al ver que sus hermanos habían cambiado y estaban arrepentidos él les dijo:
Yo soy José vuestro hermano y se abrazó a ellos y lloraron juntos.

_Vosotros pensasteis que hicieron mal contra mí, pero Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy. Génesis 50:20.

Tony Evans en su libro Dios hará algo grande dice:
José entendía que ese era un plan organizado por Dios, y que por eso lo había enviado hasta allí, para ayudar a los suyos y a su pueblo.
Muchos hemos sufrido alguna clase de maltrato, algunos por sus madres, por sus hermanos, o por cualquier pariente cercano, o quizás por algún jefe, pero no significa que las acciones de otros sean el final para nosotros, por que Dios puede utilizar estas cosas feas, para darle un enfoque a nuestras vidas y enderezar el camino.

Limpiemos pues nuestros corazones con el amor de nuestro señor Jesucristo.

1 comentario:

mariely dijo...

Que relato tan impresionante,y tan duro el de tu narracion, sin embargo el esperar la recompensa de Dios para una vida atormentada es impresionante... que lasstima que muchas veces los hijos que lo hemos tenido todo no lo valoramos y lo tenemos en poco. Sigue prosperando y cultivando muchos exitos...cuidate mucho y adelante